Sin historias por contar

Anoche conocí a alguien. Hoy me dijo que vuelve a Bilbao en una semana.

En realidad la conocía hace un tiempo, unos meses. Cursaba en mi facultad. Periodismo, igual que yo, pero unos años menos. Nos conocíamos de hecho, pero esa vez, en una fiesta, fue la primera vez que nos cruzabamos fuera, en nuestras vidas, tal y como eramos, lejos de formalismos de tristes centros de estudiantes, deshinibidos por algún licor.

Era española, vasca, muy vasca, con ese particular acento tan de GPS, tan sugerente. Con sus expresiones y palabras tan flipantes. Sencilla, natural, despreocupada. Locuaz, bocazas diría ella. No muy alta, con tacos no se notaba. Castaña, pero tiernamente colorada. De inmensas pupilas perladas, oscuras como el vacío.

Ya pasó una semana, y si, indefectiblemente se fue a su reino (de Navarra). Nos volvimos a ver un día antes. No sé. Para ella no debo ser más que su último polvo argentino. Para mí, una cintura menos por abrazar en el mundo.

Ojala así sea. Ojala hayamos quedado sin historias por contar.

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