Como el sol y la luna, es preferible así


Cuando me preguntan 'en qué ando', 'con quién me veo' nunca se que constestar, dudo, pienso, vuelvo a dudar y callo. Miro a los ojos a la persona, como suplicandole una complicidad, que me permita este silencio, intentando sentenciar mi posición, pero sin lógica. Pero no, me escruta, me descree, duda de mí, de mi confianza y más aún: de mi amistad. No se debe a que le estoy mintiendo, mucho menos a que estoy inventado, ni tampoco que no tenga seguridad de su relación. En verdad hay un única razón: no quiero contarlo.

Sí, ocultar es un grado de mentir. Y que como amigos de mil que somos no deberíamos tener secretos. No suele ser así. El sabe más que nadie de mí, desde mis datos más corrientes hasta mis turbiedades más ocultas. Y yo sé las suyas, a destajo y con más detalles que Dios. Es mi amigo. Pero, esta vez, es preferible así.

Secreta, prohibida, escondida, clandestina. Son sólo adjetivos. Es seria, es pasional, es sincera, dolorosa y magnífica.

Ya se que lo mío es cruel, que tal vez vos preferirías otra cosa. Pero bien sabemos que lo nuestro no es amor. Que no estaríamos juntos ni dos minutos. Tal vez es algo mejor que amor, es una relación que no se conecta, a pesar del oximoron, tal vez sea así, inconexa. Como el sol y la luna.

Lo que si sabemos: Nos deja radiantes. Ambos nos hemos vistos. Es la vitalidad misma. Hermosa, espléndida, feliz, colmada, vos. Complacido, dichoso, dócil, sereno, yo. Cáliz llenos de piel se derraman. Pociones de calor que derriten nuestras sienes. Que nos elevan al cielo mismo con sólo una pizca, un roce. Promiscuos hechizos que raptan la realidad por un rato para nosotros. Lúgubres planes que alborotan nuestros sentidos más inmorales. Expelemos nuestros más inhibidos demonios. Es magnífica, es dolorosa.

Pero, bien sabemos, todo esto no es más que una fanfarria de aquello que somos. Algo prohibido, somos algo secreto, y eso es lo que nos pasa. Volamos merced del vértigo, de la situación, de lo clandestino, del peligro. No nos amamos, pero amamos lo nuestro. Amamos esas perdidas caminatas, como vigilados, andando la oscuridad sin querer ser vistos. Perseguidos por luces inexistentes de autos, tal vez, imaginarios.
Cuando, como todos unos estrategas de guerra, planeamos encuentros en otros planetas para pasar desapercibidos allí, ante desconocidos. Esos mensajes tan vedados, cuando el que rodeaba tu cintura, te abrazaba, era otro. Esas miradas tan celosas cuando escasas polleras intentaban convencerme. Esos disensos tan pero tan inoportunos, pero tan reales. Tan sinceros, tan propios, tuyos y míos, no nuestros. Es dolorosa, es magnífica.

Por eso. No podemos, así como el sol y la luna, amos de todo, sólo se rozan por miseros instantes. No requieren de más. Les es tan suficiente que ahí están hace una eternidad, y siguen. Apenas unos hilos radiantes de luz tocan aquel nocturno velo que desciende al compás que se extingue la relación y se hace dueño del cielo hasta su próximo encuentro. Dura poco, y demora mucho en llegar. Es un instante, desdichado pero al fin instante, con sólo ese ratito, refundan su pasión, manifiestan sus más obvias desavenencias pero explotan las virtudes de aquello y  brindan su más grande, hermoso y entrañable acto, su más, su paisaje, sus tonos más azulinos combatiendo con rendidos escarlatas, su ocaso más perlado que queda entallado en el ambiente, como testigo. Es preferible así.

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