[Copy&Paste] La palabra - Diego Latorre

Nota para Olé de Diego Latorre

El jugador se reprime cuando declara, temeroso con los medios que han abusado de su ignorancia. ¿Cómo es el fútbol hablado?


Se buscan, se interesan, se repelen, se usan, se necesitan: algunos jugadores se hacen de los medios para imponer un mensaje y algunos medios le expropian la palabra al jugador, moldeándola para su provecho. La frase de Mariano Echeverría antes del duelo con Deportivo Capiatá y la respuesta paraguaya es un justo disparador para pensar el otro fútbol, el que más jugamos, quizá: el fútbol hablado.

Muchos clubes de la Premier League y la NBA instruyen a sus jugadores, les enseñan las líneas editoriales de cada diario, cada radio, les aconsejan un perfil: los educan. En la Argentina no hay controles, cualquiera dice cualquier cosa, el jugador sale virgen a un mundo que él mueve pero en el que sin embargo es un extraño, un intruso, con una falta de formación que el periodismo aprovecha. Muchos medios utilizan la ignorancia del jugador. Peor: saben que la están utilizando. La palabra es una mercancía y cada programa le da la forma que le conviene. Muchos medios contribuyen para que suceda algo que después los altera: el entrevistado generó tantos anticuerpos que finalmente no dice nada. Se defiende con todo el cuerpo cuando habla; hay un autocontrol permanente, una represión. Es un círculo: los jugadores hablan, los medios usan la palabra, a veces generan rechazo con el uso que eligieron darle, el jugador tiene miedo, se recluye, no habla. No hay pensamiento. La palabra desapareció.

También están los técnicos y jugadores que irrumpen hablando bien, aunque eso detona otra historia. Mientras el periodista no puede -a veces- demostrar una superioridad intelectual, el hombre bien hablado está obligado a ser campeón. Su nivel cultural debe coincidir con la grandeza de sus logros. Su palabra -una consecuencia insólita- le impide perder.

Estar a la caza de conflictos nos alejó del juego. Si un equipo juega mal y un jugador lo quiere reconocer, detectar algunos errores, otro compañero puede creer que lo están encanando, y la bola se larga otra vez. Durante la década del 90, mientras jugaba en Boca, elogié a Maradona. “Nunca me devolvieron una pared como me la devolvió él”, dije. La idea era resaltar a Diego, pero un compañero se enojó, creyendo que lo trataba de inhábil. Estaría bueno naturalizar lo que sucede en la cancha: un error es un error, a nadie lo encarcelaron por eso. Esa es la palabra: naturalizar. Haber cerrado mal un cambio de frente no puede ser una acusación letal.

Hacía 20 años -exímanme del club de los que creen que todo pasado fue mejor- un periodista te hacía una nota y te daba cuatro vueltas: se veía que había leído, que tenía otros intereses, el diálogo era natural, sin la obsesión y la persecución de la frase que tenía que hacer ruido. En la mayoría de las notas y conferencias de hoy se ve a muchos pibes que hasta hablan como habla un jugador, después de todo lo que se ha abusado de la ignorancia de ese jugador. El lenguaje se ha vuelto uno: se marchitó.

Jugadores y periodistas están atrapados en una lógica que todos creamos. El periodista va a cubrir un entrenamiento con una noticia predeterminada, yendo a buscar algo que debe suceder: una respuesta, una declaración que después picará en otro entrenamiento, y así. Y el jugador despliega sus mil corazas. La sorpresa no existe. La frescura de observar un momento y contarlo desapareció.

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